lunes, 15 de octubre de 2012

(…) Se vino el invierno.


Veo esa lluvia insistente, que intenta lavar la recién encontrada mancha de pétalos y sangre, en la ahora sucia sábana blanca de este mundo.

Me pongo a pensar que muchas otras personas se obstinan por el hecho de tener que salir con lluvia.

Pienso en el diluvio de algunos, que en este momento se están suicidando y en cómo algunos otros, bajo el delicado masaje del sonido de la lluvia y en un potente orgasmo, conciben a otro ser. Pienso en la tormenta que queda en los otros cercanos al suicida, y en la mala suerte del niño, que se dispone arribar a este mundo en eterno temporal.

Me pienso en esta lluvia, me percibo en este pensar, veo las diferencias. En cómo hace algunos años la transición a épocas lluviosas era distinta, puesto que eran solo épocas.

Veo el poder de la lluvia y la erosión sobre mi tierra, esa que alguna vez fue fértil y llena de frutos. Veo el surco y el desgaste que las gotas inscriben con el pasar de los años. Me asombro de este increíble lienzo, que como palimpsesto, hace un recuento de los daños y usuras producidas por las inundaciones causadas, por la lluvia y el tiempo.

Este es el invierno que precede a más invierno, sin primaveras; después de la tormenta viene más tormenta. Es de acá donde proviene la razón misma del movimiento hacia la vida, ¿podremos, alguna vez, admirar como belleza creadora y destructiva, al inclemente vórtice?

En este diluvio, siempre hay aleros donde escampar….


I. 

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